Bienvenido a mi mundo, donde tú decides cuantos dedos tienes en los pies, donde tocas la música al pasar, donde le das forma a la luz, y hablar con duendes es lo más cuerdo.

lunes, 9 de abril de 2012

Una carroña

Alma mía, recuerda el objeto que vimos
esa hermosa mañana de verano:
al volver un sendero, una infame carroña
en un cauce sembrado de guijarros.


Levantadas las piernas, como lúbrico gesto,
trasudando ardorosa sus venenos,
entreabría de un modo indiferente y cínico
su vientre rebosante de vapores.


Vimos cómo aquel sol se enseñaba en la podre
como para dejarla bien cocida, 
devolviendo con creces a la Naturaleza
todo cuanto ella misma había unido.


Contemplaban los cielos el soberbio esqueleto
como una flor a punto de brotar.
El hedor era tal que allí, sobre la hierba,
creíste desplomarte desmayada.


Sobre aquel vientre pútrido se afanaban las moscas
y salían negruzcos batallones
de unas larvas movibles como un líquido espeso
entre aquellos andrajos de la vida.


Todo aquello se hundía y se hinchaba encrespándose
con destellos de espumas en las olas,
como un cuerpo animado por un soplo indecible
cuya vida creciese en sí misma.


Y ese mundo engendraba una música extraña,
como el agua que corre y el viento,
como el grano agitado por la rítmica mano
al girar revolviéndose en la criba.


Tras las rocas había una perra impaciente
que tenía en los ojos el furor,
acechando el momento de volver a roer
los manjares que tuvo que soltar.


-¡Y pensar que serás igual que esta carroña,
que te espera la misma podredumbre,
tú, la estrella y el sol de mis ojos, mi vida,
tú, ángel mío, a quien llamo mi pasión!


Así tienes que ser, soberana de encantos,
tras aquel sacramento que es el último,
cuando bajo la hierba y el mantillo del campo
enmohezca tu cuerpo entre los huesos.


Oh, beldad mía, entonces di a los crueles gusanos
que contigo tendrán un festín de besos,
que conservo la forma y la esencia divina
de estos amores míos que son polvo.


Charles Baudelaire. Las flores del mal.